
A Juana Nina
El cine siempre ha tenido una estrecha relación con lo prohibido. Desde su nacimiento, se ha empeñado en registrar lo inaccesible, lo disparejo y lo peligroso. Conjurando algún reclamo moral o entonando alguna propuesta estética, el tema de la droga y sus efectos ha hecho rodar los carretes infinidad de veces. Pero ya sea por la explotación sensacionalista o el esfuerzo de instruir, las drogas en el cine difícilmente han podido escapar de una representación que no concuerde con lo socialmente aceptado.
Naturalmente, la marihuana no ha sido la excepción, no por gusto es ilegal. Sin embargo, en este caso vemos que su representación en el cine ha circulado entre la condena total y la apología directa. Acorde al grado de apertura de la gente, el cine ha ido incorporado a dos personajes clásicos de la cultura marihuanera: el hippy y el rastafari, ambos seguidos por una densa nube de humo. Para que esto pasara una parte respetable de la sociedad (norteamericana, qué otra) ya consideraba a la marihuana inofensiva e, injustamente, proscrita en un mundo donde peores drogas transitan por la legalidad.
En esta historia de las visiones de la marihuana en el cine, queramos o no, la cinematografía norteamericana es referencia principal, pues Estados Unidos, como mayor productor de películas de Occidente, es quien más irradia hacia el resto del mundo conceptos en materia de drogas (además de una larga lista de otros asuntos). Respecto a la hierba, sin embargo, cuando este cine ha intentado ser aleccionador de sus peligros, el resultado, como veremos, ha sido torpe y sospechosamente hipócrita. Las cosas mejoraron después, cuando su uso ya no sufría de la condena unánime y podía ser representada más simpatía.
Con algunas excepciones, la mayoría de encuentros entre el cine y la marihuana han caído en el olvido de las mayorías. El espectro de estilos e intenciones es amplio. Tenemos burdas cintas inscritas al exploitation temprano como “Assassin of Youth” (Asesino de la juventud, 1937), “She Shoulda Said No”(Ella debió decir no, 1949), “Marihuana” (1935) y la hoy obra de culto “Reefer Madness”(1936). Cintas panfletarias como“Marijuana” (1968), donde el cantante Sonny Bono pronuncia un alegato contra su consumo con ojos farsantes y estoneados. Desconocidas cintas latinoamericanas como la argentina “Humo de Marihuana” (1968) y las mexicanas “El marihuanero (1999)” y “La Cruz de marihuana” (2003). Documentales a favor de la legalización como “Hempsters: Plant the Seed” (2003) y “Grass” (1999). Comedias amables del cine masivo contemporáneo, como “Saving Grace” (2000), traducida como “El jardín de la alegría”, que juguetea con la idea de cultivar hierba para pagar deudas y muestra bajo sus efectos a unos ingleses de pueblo; como la divertida "Half Baked" (1998),sobre grandes amistades unidas con papel de fumar, o"Homegrown"(1998) que pone de bufones a traficantes ineptos. Entre otros tantos títulos, sin contar la infinidad de apariciones circunstanciales, sin mayor importancia en la trama, que puede encontrarse en el cine de todo el mundo.
Las cuatro películas que comentaré, cuyo tema central es el uso de esta droga, son a mi parecer los mejores ejemplos del contradictorio encuentro entre cine y marihuana .
I. Con raíces en el infierno
"Marihuana" (USA,1935) de Dwain Esper
“Vea `Marihuana´ ”, incita el trailer, “revelando las nuevas trampas para la juventud de América. Es intensa. Es impactante. Es audaz. Va más allá de la imaginación. Pero ¡es verdad!” El inocente público norteamericano, en ese momento golpeado por la Gran Depresión de los treinta, caía en otra trampa del cine: elexploitation. Sacando provecho de los temas tabú de la época, esta especie de películas pretendía dar mensajes moralizantes mediante la complacida dramatización de los “senderos del mal”. Alcoholismo, drogas, sexo y locura eran invocados con grandes letras en los afiches de las películas exploitation. Por lo general, su estilo remedaba el documental, eran interpretadas por actores novatos y sus tramas concluían en desenlaces trágicos pero aleccionadores. La platea podía salir algo aliviada. Podías no tener empleo pero, ¡ánimo!, por lo menos no eres drogadicto.
Durante los años treinta, la gran hipocresía en la fórmula delexploitation estaba en hacer creer al público que no perseguían el lucro, sino simplemente ilustrar y advertir a los adultos de los males que nos acechan. Si ciertas imágenes eran halladas incitantes o perturbadoras, su objetivo de "educar" les daba licencia para mostrarlas (a cinco centavos la entrada).
Dwain Esper, responsable de `Marihuana´, es uno de los exponentes pioneros del exploitation y hoy vecino de Ed Wood en el Olimpo de los peores directores de la historia. Desde los 30`s hasta finales de la década siguiente, Esper se desempeñó arduamente en el comercio de películas. Su esposa escribía los guiones, mientras él hacía las veces de director, productor y distribuidor. El sensacionalismo de su obra y la impudicia de sus métodos eran tales que sus colegas sentian verguenza ajena, en un género donde ya por sí la vergüenza era cosa poco conocida.
Esper llegó al cine por accidente. Trabajaba como vendedor hasta el día en que obtuvo un laboratorio de película como pago por una deuda. Decide entonces probar suerte en el negocio del cine, realiza cintas de ínfimo presupuesto y viaja con ellas de pueblo en pueblo exhibiéndolas en carpas y ferias. No le fue mal. Entre su producción encontramos títulos como: “How to Undress in Front of Your Husband” (Cómo desnudarte frente a tu marido,1937), “Sex Maniac” (Maniaco Sexual, 1934), "Narcotic"(1933) y “Love Life of Adolph Hitler” (La vida amorosa de Adolfo Hitler, 1948), entre otras joyitas. Pero "Marihuana", titulada también como “Marihuana, the Weed with Roots in Hell!”(Marihuana, la hierba con raíces en el infierno), dicen los enterados, es su obra maestra.
Naturalmente, "Marihuana" se adhiere a la postura oficial de su sociedad frente a esta droga, es decir, casi total desconocimiento de sus verdaderos efectos pero, aún así, condena rotunda. Por aquel tiempo, la propaganda estatal aseguraba que la marihuana convertía a quien la consume en un maniático desatado, propenso al homicidio y la orgía. Es por eso que esta película, salpicada de documental, nos cuenta la historia de una niña de bien llamada Burma que por mucho ir a fiestas, fumar hierba y bañarse desnuda con sus amigas termina atrapada en una espiral de perdición. Embarazada y soltera, Burma se ve forzada a dar a su niño en adopción y sobrevivir como una traficante de poca monta. El final se reserva un giro de lo más folletinesco que terminará de convencernos del envilecimiento que ocasiona la marihuana.
Muchachos impecables, señoritas rubias de faldas largas, profesores que parecen policías y padres que parecen profesores, es decir, la familia gringa paradigmatica de aquellos años se veía atacada por este enemigo humeante que los aparta de la decencia. Sin embargo, la indecencia se veía muy bien en la gran pantalla y Dwain Esper siempre lo supo. Los pecadillos de Burma son el plato fuerte de la película. Que la hierba la impuse a quitarse la ropa y darse un chapuzón es un efecto pernicioso que es de agradecer.
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II. Coloreada para verla stoned
“Reefer Madness" (USA, 1936) de Louis J. Gasnier
La película de culto absoluta sobre la marihuana se llama "Reefer Madness". No es una película exploitation, se trata de un alegato sincero contra su consumo y la forma de vida a la que te arrastra, tanto así que conmovió hasta a los hippies, cuando estas formas de vida finalmente aparecieron.
“Tell you children” (Dile a tus niños), como se le tituló originalmente, habría sido totalmente olvidada si Dwain Esper, astuto comerciante, no hubiera puesto el ojo en esta mediocre producción financiada por una parroquia con el fin de sermonear a los padres de familia. Esper la rebautizó como “Reefer Madness”(Locura canábica), la sazonó con algunos insertos y le sacó algo de jugo monetario en el circuito exploitation. No sería la última vez que haría algo así. Años después salvaría otra obra de culto, “Freaks” (1932) de Tod Browning. La MGM no tenía fe comercial en aquella película, que consideraba horrenda, así que arrendaró sus derechos de exhibición a Esper que se encargó de hacerla inmortal.
Ni los productores originales, ni el mismo Dwain Esper, se tomaron la molestia de registrar los derechos de autor de “Reefer Madness”. La cinta cayó en el olvido durante las décadas siguientes. En 1971 fue salvada por segunda vez gracias a un activista por la legalización de la marihuana que encontró una copia en la Biblioteca del Congreso. Fascinados por su torpeza narrativa y sus conceptos retrógrados, mientras se pasaban el porro los universitarios amaron “Reefer Madness”. Los jóvenes vieron en ella la perfecta farsa de un sistema que condenaba el consumo de marihuana sin sustentos inteligentes.
El 2004 fue otro gran año para “Reefer Madness”. Se le parodió en un exitoso musical del mismo título, que pronto tuvo una versión televisiva, y se le agregaron colores, para su publicación en DVD, ganando con ello un aura de arte pop fundido con pensamiento prehistórico. La edición en DVD incluye además un divertido comentario de audio que hace de “Reefer Madness” la película oficial para hacer la joda entre cinéfilos marihuaneros. Encantador detalle fue pintar el humo de marihuana con diferentes colores, según el consumidor, mientras el tabaco conserva su realista gris.
Pero, ¿qué nos cuenta “Reefer Madness”? Luego de largos minutos de carteles, un resumen escrito de las consecuencias de la hierba, continuamos con la charla de un profesor a los padres de familia. Para ser más didáctico, el maestro cuenta la historia de unos muchachos, “de por acá no más”, que perdieron los estribos de la vida por culpa de ya saben quién. A partir de aquí los personajes y los escenarios se asemejan a los de su contemporánea “Marihuana”. Jóvenes, antes obedientes, son invitados a dudosas fiestas donde fuman de lo desconocido y pronto se meten en problemas por andar puestos. Por ejemplo: tener alucinaciones, tocar el piano de manera frenética, violentar a tus amigas y matar por accidente. ¿Es de la marihuana de lo que están hablando? Cualquiera diría que nunca la probaron.
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III. Ya todos la probaron pero algunos mucho más
“Up in Smoke” (USA,1978) de Lou Adler
Durante los setenta que el cine fuera utilizado como medio para condenar el consumo de marihuana era una idea demasiado impopular y nada rentable. Muchos hasta se habían organizado para reclamar su legalización, logrando incluso que se despenalizara su consumo en Estados Unidos. Los sesenta habían terminado con la inocencia general en materia de drogas, y la marihuana era familiar a muchísima más gente. Después de perseguirla arduamente por décadas, la política antidrogas gringa se relajó por un tiempo respecto a la hierba. Tanto así que hasta se podían hacer comedias con ella, vinculándola con la figura pacífica y atontada del hippy. “Up in Smoke” (1978) es una de las mejores comedias impulsadas por el humo.
Además de la colorida, y a veces tediosa, inspiración que recibió el cine del LSD, este reencuentro amistoso de la marihuana y el cine se enfoca en los personajes y su verbalidad. Los responsables de “Up in Smoke” son los comediantes Cheech (Marin) y (Tommy) Chong. El primero interpreta a un latino bigotudo de Los Angeles, músico improvisado, aficionado a la hierba y las chicas. Chong es el hippy de por vida, siempre detrás del próximo revolcón mental. En aras de la comedia, la marihuana está inscrita a estos dos picaros con hábitos extremos de consumo, parodia de una sociedad que desde hacía tiempo le gustaba vivir estón. Así también, burlándose del esquema de la propaganda oficial, el personaje de Cheech alude al prejuicio de que son los extranjeros quienes introducen ilegalmente males a América, en este caso, los mexicanos, “productores tradicionales” de la hierba en Estados Unidos. Continuando con la causa de la reivindicación, impulsada sobre todo por la música popular, “Up in smoke” expone el uso de la marihuana con complicidad, sin presuponer ningún afecto adverso, más allá de las ansias de comer. Si bien sigue vinculada con personales marginales eso es porque los tiempos todavía no estaban como para mostrar ejecutivos de corbata fumándose un porro después del trabajo.

Chong conoce a Cheech cuando este lo recoge en la carretera, engañado por unos pechos falsos. Sellan su amistad con un gigantesco porro (cuyo ingrediente especial es excremento de perro) que comparten abordo. A partir de ahí vagarán juntos en su afán permanente de proveerse de hierba, mientras perezosamente intentan sacar adelante una banda de rock. Alternan con toda la fauna de los bajos fondos: un
dealerenajenado en Vietnam,
junkies zaparrastrosos, hippies adictas, policías corruptos. Terminan en México donde les espera el mayor cargamento jamás introducido en América: una camioneta completamente fabricada con fibra de marihuana (reconvertible, desde luego). Piloteándola cruzan la frontera, causando destrozos a su paso y con la policía pisándoles los talones. Chong y Cheech, inadvertidos de todo, la siguen pasando bien amparados por su buena suerte y la estupidez de la policía. Llegan justo a tiempo para participar en un concurso de bandas con una canción que componen en el último minuto tras el escenario.
En pocas películas se puede encontrar mayor escarnio de la policía como en “Up in smoke”. La fuerza del orden es mostrada totalmente hipócrita en su persecución de las drogas, tanto así que los junkies pueden pasar por ciertas comisarías para comprar algo de la droga incautada. “Ayer quemaron todo un cargamento”, informa con tristeza una despreocupada agente, “¿puedes creerlo?” Además de la corrupción está su torpeza y falta de entrega, obtener prestigio es su única y débil motivación. Tras su persecución de la camioneta de hierba, los agentes terminan la jornada frustrados aunque bien
estoneados.

Gracias al éxito de “Up in smoke”, una de las más taquilleras de 1978, Cheech y Chong realizaron otras cintas con estos personajes imbuidos del pensamiento hippie, la cultura de las drogas y el amor libre, en una época en la que estos asuntos ya comenzaban a empolvarse de nostalgia. Cuando la idea dejó de funcionar, Cheech y Chong tomaron caminos diferentes. Dejaron al cine con su nueva amiga entre las drogas, la cocaína, “that peruvian flake”, uno de sus tantos apodos en USA.
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IV. Billones de dólares contra la amenaza verde
“Grass” (Canadá,1999) de Ron Mann
Producida en estos tiempos de resumen y mitos desmentidos,“Grass” (1999) es la obra definitiva de la reivindicación de la marihuana a través del cine. Un documental sin apología, sin misticismo, ni flower power, convencido que la legalización es una causa respetable pero aún necesitada de pruebas tangibles. Mediante una narración ágil y provista de humor, el astuto planteamiento de “Grass” pretende demostrar que el miedo histérico hacia la “hierba diabólica” nunca tuvo sustento real, y como no hay argumento más convincente que el dinero, el documental lleva la cuenta de las indecentes cifras invertidas en la cruzada contra la marihuana a través de los años.
Narrada por el actor y activista Woody Harrelson, “Grass” señala a un personaje decisivo en la postura de Estados Unidos (y, por consiguiente, del mundo occidental) frente a la marihuana: Harry J. Anslinger, el primer zar antidrogas. En los años treinta, cuando la mayoría de norteamericanos aún no la había probado y su fama tenía mucho de fantasiosa, Anslinger inició una campaña por su penalización. Apoyado por grupos conservadores y teniendo como aliados a la prensa amarilla y el cine, Anslinger impulsó la implantación de una legislación uniforme en todo el país que frenara el uso de marihuana. Su campaña causó gran impacto en la población y Anslinger logró su primer objetivo: todos los estados norteamericanos firmaron su propuesta. El gobierno entonces decretó que la producción de marihuana estaría sujeta a la obtención de un sello, previo pago de un impuesto, pero en la práctica dicho sello nunca se emitió. Tampoco hubo ingenuo que lo solicitara. La marihuana pasaba entonces a la clandestinidad. Años después, Anslinger lograría que las Naciones Unidas adoptara su modelo antidrogas, esparciendo la proscripción de la marihuana por el mundo.
Visto inicialmente como un hábito deplorable de los inmigrantes ilegales mexicanos, en los cincuentas, durante la Guerra Fría, en cada marihuanero se veía a un comunista. La derecha afirmaba que esta droga era introducida por China Roja para perturbar las mentes americanas. Paralelamente, crecía la creencia que la hierba era un paso previo a la heroína. Las penas por posesión, así sea en mínimas cantidades, se recrudecieron. Sin embargo, en los sesenta comenzó a forjarse una corriente de opinión que consideraba que la marihuana no era un problema social y que aquellas leyes atentaban contra la libertad individual. Los padres de familia se alarmaban de lo fácil que era que sus hijos vayan presos. Por esto, gracias a la presión del pueblo y los estudios científicos que desmintieron efectos adversos permanentes, Estados Unidos entró en una primavera canábica. Las leyes se ablandaron y, a mediados de los setenta, diez estados la despenalizaron totalmente para ahorrarse el dinero de tantos juicios.
La fiesta pronto terminó. Los sectores conservadores contraatacaron en los ochenta y las cosas volvieron a su sitio. A inicios de los noventa, la línea dura tenía al Presidente George Bush anunciando en televisión que si era necesario construirían más cárceles para apresar a todo aquel que infrinja las nuevas leyes antidrogas. Según “Grass”, el combate contra la marihuana entre 1980 y 1998 pasó factura por 214 billones de dólares.

Para ilustrar este gran repaso histórico, “Grass” rescata material de primera: películas del gobierno, propaganda seudo científica, registros noticiosos y viejas canciones populares sobre la hierba y sus alrededores. Su director, Ron Mann, canadiense pero siempre apasionado por la historia cultural de Estados Unidos, obtuvo con este documental su mayor éxito. Su filmografía anterior, siempre dentro de este género, se había ocupado de la cultura del cómic, la poesía beat, la música popular, entre otros temas propios de la apertura mental de Estados Unidos durante en los sesentas. Su trabajo se caracteriza por un enfoque entre didáctico y humorístico. A pesar de abogar por la legalización, “Grass” se logró estrenar con éxito en Estados Unidos, un mercado generalmente poco interesado en los documentales. Cuenta Mann que en su paso por festivales, “Grass” fue dejando una estela de humo tras sí. El público entusiasmado quería compartir un porro con el director.